¿Una controversia científica sin solución? No. Los dos equipos rivales decidieron unirse para revisar sus experimentos y aclarar por qué sus resultados habían sido tan diferentes. Y las nuevas conclusiones, publicadas en Nature Communications, no dejan lugar a dudas: comer menos prolonga la vida y la hace más saludable. Los de Wisconsin tenían razón.
Trabajando juntos, los laboratorios analizaron los datos recopilados durante más de 20 años del seguimiento de casi 200 monos de ambos estudios, y se dieron cuenta de algunos factores fundamentales que habían sido pasados por alto. En primer lugar, los animales en los dos estudios habían restringido sus dietas a diferentes edades. Para Rozalyn Anderson, profesora en el Departamento de Medicina en Wisconsin, este es un «factor clave». El análisis comparativo puso de manifiesto que «ingerir menos calorías es beneficioso para los primates adultos y mayores, pero no en los animales más jóvenes», explica a ABC. Esta es una diferencia importante con respecto a las investigaciones previas en roedores, donde comenzar una dieta baja en calorías a una edad temprana sí se demostró beneficioso.
En segundo lugar, los monos de control del NIA comieron menos que los del grupo de control de Wisconsin. Además, la composición de la dieta era sustancialmente diferente entre los estudios. Los monos del NIA ingirieron alimentos de origen natural y los de Wisconsin-Madison, parte de la colonia en el Centro Nacional de Investigación de Primates de Wisconsin, alimentos procesados con alto contenido en azúcar. En este grupo, los animales de control estaban más gordos que los del NIA, lo que indica que sin restricción de alimentos, lo que se come puede marcar una gran diferencia en la masa grasa y la composición corporal.
Ni cáncer ni diabetes
La conclusión del informe es que la restricción calórica parece, en efecto, afectar el envejecimiento. Eso sí, se trata de una reducción calórica del 30%, nada que ver con la malnutrición. De esta forma, los monos comedidos de Wisconsin vivieron entre dos y tres años (un 10%) más que la media, que se sitúa en los 26 años, y retrasaron la aparición del cáncer, la diabetes o los trastornos cardiovasculares. Los que comían a su antojo multiplicaron por tres las posibilidades de enfermar y fallecer.
Sin embargo, los investigadores indican que para los primates, la edad, el sexo y el tipo de dieta deben tenerse en cuenta para concluir los beneficios reales de ponerse a régimen. El equipo identificó diferencias sexuales claves en la relación entre la dieta, la adiposidad (grasa), y la sensibilidad a la insulina. Las hembras parecen ser menos vulnerables a los efectos adversos de la obesidad que los machos.
¿También en humanos?
Anderson está convencida de que estas conclusiones son fácilmente aplicables a los seres humanos. «Sí, hay una probabilidad muy alta», afirma. «La evidencia de los ensayos clínicos con humanos realizados en los EE.UU., conocidos como ensayos Calerie, muestran que muchos de los resultados sobre la composición corporal y la química sanguínea que se observan en nosotros coinciden con los de los monos. Se nos parecen mucho, viven una vida útil durante décadas y envejecen de manera similar en una escala reducida (una pauta sería un año del mono por tres años humanos)», explica.
Para la investigadora, «la parte más importante de este estudio es que el envejecimiento en primates (presumiblemente incluidos los seres humanos) puede ser manipulado». Cree que identificar los mecanismos que provocan su retraso «será extremadamente esclarecedor; es un enfoque totalmente diferente en el que afrontaremos el envejecimiento en sí en lugar de ir tras las enfermedades individuales relacionadas con la edad de una en una». Habrá que esperar las conclusiones de ensayos parecidos realizados en humanos para saber con certeza si reducir el tamaño del plato nos llevará a ser nonagenarios.
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