Teniendo que viajar a Ocumare del Tuy y sabiendo que los atracos en autobuses son cosa de todos los días en Venezuela, el obrero fue a la panadería y logró comprar un pan grande, le hizo un agujero y metió el dinero allí.
Confiado, abordó la unidad, que al poco tiempo de haber iniciado el viaje fue interceptada por delincuentes. Pistola en mano, encañonaron a todos los pasajeros y les quitaron todo: bolsos, dinero, celulares y hasta los zapatos.
Juan Carlos se sentía confiado y agradecido porque se le había ocurrido ocultar todo el producto del trabajo de esa semana en el pan, pero no sabía lo que iba a sucederle. Al ver que Juan Carlos no tenía nada de valor, el delincuente con la pistola le dijo que mejor le diera el pan, porque tenía hambre.
Así tuvo que entregar lo único que poseía. Como es común entre los venezolanos, Juan Carlos agradeció que no fue herido o muerto en el atraco, con la impotencia de que otro le quitara fácilmente lo que él con mucho trabajo había logrado.
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